¿Necesita la música a la Inteligencia Artificial? | BIME

Sin quererlo, como siempre, Keanu Reeves nos dio una lección de vida sobre cómo debemos abordar la “novedad” de las inteligencias artificiales en la música. ¿Es necesaria para crear?

Artículo publicado originalmente en la guía del BIME Bogotá 2023.

En una entrevista a principios de 2023, Keanu Reeves (Matrix, John Wick) contó que todos los contratos de rodaje que ha firmado tienen una cláusula intocable: no permite la alteración digital de sus escenas.

Si Reeves muriera en medio de una grabación, no se podría  recrear su imágen digitalmente. Tampoco estaría permitido agregarle lágrimas falsas, como cuenta que ya le ocurrió en los 90. Fue desde ese momento, dice, cuando empezó a cuestionarse por el futuro de su profesión en un mundo en el que la tecnología lo puede sustituir fácilmente.

Algo parecido a lo que le ocurrió a Reeves empezó a suceder en el mundo de la música cuando Open AI abrió al público plataformas de inteligencia artificial estrecha como Chat GPT, que genera textos, o Dall E, que genera imágenes. 

En diciembre de 2022, el usuario de TikTok @gengarcade publicó un video en el que crea una canción a través de plataformas de Inteligencia Artificial. Primero, le pidió a Chat GPT escribir un verso sobre lo poco que le gustan los frijoles con chile, y que lo hiciera como si fuera Drake. La canción, en efecto, sonaba como algo que Drake escribiría. Luego utilizó  otra plataforma, Uberduck, para usar  una voz parecida a la de Drake para cantar la letra que había generado con Chat GPT. Finalmente, puso la voz sobre un beat hecho en Ableton y boom, magia: era indistinguible de una canción de Drake. 

Mientras escribo esto, más de 5 millones de personas han visto el video de @gengarcade en TikTok. Muchos otros creadores de contenido siguieron sus pasos, creando canciones con inteligencias artificiales en tiempo real.

Usar una AI por primera vez es como estrenar un juguete nuevo: la precisión de las máquinas emulando a los “verdaderos” autores de las canciones es tan asombrosa que podría confundir a cualquier oyente desprevenido. Hoy, es posible replicar la voz o la imagen de cualquier artista famoso y generar lo que en Internet se conoce como deepfakes (archivos de vídeo, imagen o voz manipulados mediante un software de inteligencia artificial de modo que parezcan originales), pero esa imposibilidad de trazar la línea entre lo hecho por un humano y una máquina —al menos en la música— no es nueva. 

Los textos, las voces o las imágenes hechas en AI que hoy  “suplantan” a las originales hacen parte de un proceso homólogo a la aparición del autotune para alterar la voz, a las librerías de sonidos para crear beats computarizados echando mano de cualquier instrumento, o al uso del sampling  (uso de fragmentos de canciones de otros) por parte de productores como técnica para crear nuevas canciones. Ese proceso, que ocurrió con la música moderna desde la masificación del uso de la tecnología es, en cierto modo, un aviso privilegiado de las oportunidades y los riesgos del uso de las AI en el arte. 

Por ejemplo, recursos como el autotune o el vocoder permitieron la aparición de nuevos estilos de música. Los programas computarizados abrieron la posibilidad para que artistas con buenas ideas y sin círculos de apoyo o dinero hicieran cosas que antes no hubiesen podido hacer. Al mismo tiempo, la producción musical se aceleró. Y seguirá acelerándose gracias a los procesos automatizados que prometen las AI para tareas paralelas a la creación.

Pero ante esa avalancha de contenido que se avecina, lo que debería preocuparnos es su incidencia en el gusto y la capacidad creativa. Que una AI pueda replicar la fórmula de una composición, hasta hacer que la audiencia dude de si el autor es el humano o la máquina debería ser, antes que todo, una revelación sobre la forma en que interactúan los creadores con los consumidores. 

¿Qué tanto pensamos a través de fórmulas fácilmente predecibles, automatizables y replicables? ¿Qué tanto de lo que sabemos o hacemos es producto de un tipo de programación homólogo al de las AI? ¿Será que alimentamos con tanta información personal a las plataformas digitales que nuestro gusto está predeterminado por un modelo algorítmico de aprendizaje? 

Pensar en estas preguntas, por lo general, ha conducido a la crítica por dos caminos: la tecnofilia por las AI o la tecnofobia esencialista que se preocupa por el arte “auténtico”. Una discusión vieja y sin salida. Quizá la elección de Keanu Reeves nos abre la puerta de la síntesis dialéctica que nos permite aproximarnos al uso de las AI en la música. Es peligroso ceder el control de la capacidad creativa a los encargados de una industria voraz y necesitada de contenido infinito, pero su expresión facial, plana e invariable, quizá sí necesite unas lágrimas digitales, tanto como la música necesita a la tecnología. 

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